El gran deber de la hora: recuperar el partido popular

Introducción

La intención de éste documento es expresar nuestro espíritu y concepción política. Como afiliados y militantes de este centenario partido, nos vemos en la obligación de exponer nuestra visión respecto a su situación interna y esbozar cuál debe ser la dirección que éste tome, o retome, para que recupere la finalidad que le dio origen: la redención política y social de nuestro pueblo.

La renovación del 2000

En el amanecer de la primera década del actual siglo, se asoman a la vida partidaria un grupo de nuevos dirigentes que reclaman cambios en el partido. La mayoría de ellos vinculados a la gestión municipal, lo que de algún modo les otorga mayor legitimidad por provenir de las bases del partido. Parten del supuesto que esta vieja estructura no es eficiente para conquistar las mayorías electorales. Prometen, entonces, la construcción de un partido “ganador” y de un programa. La irrupción “renovadora” despierta en cientos, en miles de radicales y ciudadanos no afiliados una fuerte expectativa e ilusión, que esta vez es posible alcanzar el gobierno y desde allí establecer transformaciones en el desarrollo y la calidad de vida de nuestros comprovincianos.
Por otra parte, en ésta misma década, el partido gobernante comienza a sufrir las consecuencias de la finalización de un liderazgo excluyente, en un proceso de transición aún no terminado, y que, al menos, ha resquebrajado el poderoso aparato electoral que se consolidó desde el control del Estado a lo largo de los últimos veinte años del siglo pasado. Esta situación aumentó la ilusión de aquellos que añoraban y añoran la instalación de un proceso que profundice la democracia política y social en la provincia.
Las elecciones legislativas de 2005 parecieron consolidar la idea del partido “ganador”, se estaba a las puertas del triunfo electoral. Sin embargo, frente a la mejoría de las chances electorales, aún faltaba el programa.

El fracaso de la renovación

Los últimos años nos muestran con amarga tristeza las consecuencias producidas por la mentada renovación: se han desperdiciado las instancias electorales más propicias y, todavía, estamos a la espera de un programa moderno e inclusivo (la inclusión política, social y económica de miles de coterráneos, sigue siendo el desafío de la hora).
Pero no solo esto, en el plano partidario se han producido modificaciones regresivas más propias de un partido conservador (al menos del modo que conocemos el conservadurismo argentino), que a un partido cuyo origen y vida fue, y debe seguir siendo, la lucha por la emancipación política y social del pueblo.
Se ha descendido del plano idealista, del plano de la ideas (motor indispensable de cualquier partido político) a -como la denominara Lebensohn- la “política del servicio personal”, es decir, “la conquista de voluntades no por motivos atinentes a la provincia y el país, al orden público, sino por servicios, atenciones, empleos, favores, afectos, amistades”. En lugar de enaltecer el espíritu cívico de cada ciudadano, se involucionó, trastocando las razones que le dan existencia a éste partido.
Se ha desjerarquizado y descalificado la función del militante, considerado un idealista y, por tanto, un ingenuo, y en su reemplazo se ha propiciado la aparición de operadores rentados. Reivindicamos aquí la tarea militante parafraseando a Sergio Karakachoff (asesinado por la dictadura militar en 1976): "Un militante no es un héroe. Simplemente quiere vivir. Simplemente no se conforma con aceptar que otros han decidido ya su vida, su futuro, sus módicas ambiciones y su muerte" y esta vocación se transforma en abnegación que pasa del plano individual al colectivo, es decir, ya no lucha solo por su libertad sino por la de sus congéneres.
Retomando la caracterización de la “política del servicio personal” queda claro que con este modo de acción, la ciudadanía pasa de ser la alta dignidad de una democracia, a un bien intercambiable por otros bienes, efectivos o afectivos. De continuar esta política precipitará, aún más, la caída del partido. La “política del servicio personal” inferioriza el plantel dirigente, porque opta por amistades relegando a los cuadros que vienen preparando su formación desde largo tiempo.
La “política del servicio personal” es antagónica con los ideales de renovación. El fracaso en la formación de valores es uno de sus efectos más dramáticos. Este régimen estrangula los canales de participación, excluye a los afiliados de la vida partidaria, realiza una selección a la inversa, elimina a los hombres con vocación política y frustra a los que quedan, aniquilando sus aristas ponderables. A esta altura queda claro que la renovación no es solo un cambio de caras, la renovación es, fundamentalmente, un cambio de mentalidad. Es posible que el descenso del nivel partidario aún no sea visible en toda su magnitud, aunque existe una evidencia incontrastable que lo demuestra: en la actualidad un solo hombre ejerce (o pretende hacerlo) los tres cargos más importantes del radicalismo de La Pampa (Senador, Presidente del Comité Provincial y candidato a gobernador). Si tenemos en cuenta que la UCR cuenta con un desarrollo territorial que solo puede exhibir el partido de gobierno, cuenta con decenas de intendentes, concejales y dirigentes, esta situación no tiene explicación, a no ser que entendamos que la circunstancia responde directamente al régimen establecido en la vida partidaria. La “política del servicio personal” es así, autoritaria y vertical, obtura el ascenso de cuadros, se aísla en la toma de decisiones y muestra, a pesar que sus exponentes parecen fortísimos, una profunda debilidad. Son victimas de su origen, no constituyen la expresión de una corriente de pensamiento claro. No se puede declamar con autoridad moral tener la verdad institucional, pero no ejercerla hacía dentro del partido.
El radicalismo debe recuperar sus principios y valores históricos. La construcción de un programa que luche contra la desigualdad, guiado por hombres con cualidades inobjetables (conductas ejemplares y austeridad republicana) es el reto urgente. Libertad sin justicia es liberticidio, se impone la lucha por la igualdad, para ello es necesario un programa valiente y coraje en la acción de sus hombres. No es posible modificar el actual estado de cosas sin enfrentar los intereses del privilegio, porque las fuerzas del privilegio no cederán graciosamente el poder que detentan. Entonces, no se trata de permanecer en la superficie, de flotar, tratando de no irritar esos intereses.
Este partido necesita más políticos que no teman dar el combate cívico y menos “auscultadores” de la realidad, porque éstos van a la zaga de los acontecimientos. No se trata de “sondear” la opinión pública para ubicarnos en su misma dirección, se trata de establecer políticas rectoras que encolumnen al partido y a la sociedad tras la grandeza de sus objetivos. Es necesario que nuestro partido defina la orientación ética y el pensamiento político de las corrientes populares que debemos representar.
El partido sufre una infiltración conservadora que arrincona los principios solidaristas que nacieron al influjo de la filosofía krausista y que desvirtúan la democracia social. Por obtener un voto más se claudica en los principios, sin darse cuenta que se ganaría en grandeza moral lo poco que perdería en cantidad. Si el partido continúa en ésta senda, cualquier renovación será solo formal, es necesario que el pueblo radical se sienta dueño de si mismo, asumiendo un grado de participación hoy restringido. El debate enaltecedor de ideas generado en asambleas de ciudadanos afiliados y no afiliados determinará la dirección del programa y la línea de conducta de sus dirigentes.
Hábilmente se ha sedado a la masa partidaria. Se dice engañosamente que, manifestarse críticamente sobre la plana dirigente es limitar las chances electorales, en vez de reconocer que es este modo de hacer las cosas el que atenta contra sus posibilidades. No aceptaremos subordinadamente las decisiones verticales, no esperen de nosotros mansedumbre bovina.
Finalmente, ansiamos la constitución de un frente popular que avance decididamente en lograr cambios en la estructura económica y social de la provincia. Frente a la moral del éxito, del goce y del poder, alcemos el tono moral que sintoniza con los reclamos profundos de la hora. Solo al influjo de grandes ideales habrá capacidad combativa.
¡Que se rompa, pero que no se doble!!!

General Pico, febrero de 2011
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